miércoles, 24 de julio de 2013

Capítulo decimoctavo.

¡Hola! Aquí os dejo el capítulo decimoctavo. He intentado hacer un poco más largo, porque supongo que así os gustará más. Bueno, si queréis darme alguna sugerencia-ya sea que los haga más largos aún o más cortos-os lo agradecería muchísimo. Bueno, aquí el capítulo. Espero que os guste. Adiooos.


Capítulo decimoctavo.

 De pequeña, cuando mis padres se fueron a vivir a Skeyndor, unos guardaespaldas les llevaron allí en unos pequeños transportadores que emitían un sonido agudo hacia todo aquel que se acercara sin permiso. El sonido penetraba de tal manera en los oídos que era incluso capaz de dejar sordo a alguien para los restos. El mismo sonido era el que estaba escuchando en ese preciso instante, mientras me agachaba con las manos en los oídos, apretando tan fuerte como mis músculos me lo permitían, al lado del cuerpo sin vida del guardaespaldas al que yo había matado “accidentalmente”. Me decidí a buscar de dónde provenía el sonido para así saber si había alguna manera de desactivarlo, porque me estaba haciendo daño de verdad y tenía miedo de quedarme sorda y que Skeyndor no quisiera repararme el sistema auditivo. Pronto lo supe, un transportador venía a más de doscientos kilómetros por hora hacia mí y el guardaespaldas. En cuanto llegó, un hombre equipado con el uniforme de guardaespaldas salió del coche y me miró. Me miró, e intente exagerar mi dolor por el sonido para darle pena; y dio resultado. Él acabó apagándolo a través del panel de estado del transportador. Entonces me aparté las manos de los oídos y lo único que conseguí oír fue un intenso pitido que, por supuesto, estaba causado por el sonido de hace tan sólo unos segundos. El hombre me volvió a mirar, y después miró el cuerpo del guardaespaldas, y se arrodilló ante él.  Le acarició deslizando su mano desde su pelo hasta la barriga, y después vi cómo una lágrima descendía rápidamente de sus ojos. Mi culpabilidad iba aumentando al compás del pitido de mis oídos. Seguidamente, se puso en pie y avanzó hacia mí hasta estar a menos de un palmo de mi cara. Empezó a hablar. Bueno, seguramente a gritar. Pero yo no oía nada. Sólo el pitido que ya me estaba dando dolor de cabeza. Veía cómo sus labios se movían, y su cara se ponía más roja a cada palabra que decía. Tan roja que amenazaba con explotar en cualquier momento. Estaba enfadado, muy enfadado.  Y triste. Creí que en cualquier momento iba a saltar sobre mí y me iba a hacer lo mismo que yo a su compañero. Pero no fue así. Simplemente, después de haberme dicho seguramente  todo tipo de gritos e insultos (la verdad es que me alegraba de no haber oído nada), me tomó por el brazo y me hizo entrar en el transportador. Me sentó en el suelo de la parte de atrás junto a una especie de barra de metal y me ató con cuerdas, empezando por los tobillos y terminando por el cuello, inmovilizándome por completo. Me dijo algo que, supongo, debió ser una especie de sugerencia como “yo que tú no me movería” o “como intentes soltarte te mato”. Se sentó frente a la mesa de controles y el transportador empezó a andar hacia quién-sabe-dónde. Y ahora que no tenía nada con lo que distraerme, sólo me quedó la opción de centrarme en el sonido que llevaba acompañándome desde ya hacía un rato y que no cesaba; más bien, parecía que aumentaba cada vez más. Me dolían los oídos y la cabeza. Sinceramente, pensaba que me iba a desmayar en cualquier momento.

2 comentarios:

  1. mi niña, sigue escribiendo que esto engancha! una pasada eh? un besazo!

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  2. jajaaja muchíisimas gracias:)¡y tú sigue leyendo! un besoo

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