Capítulo decimonoveno
miércoles, 31 de julio de 2013
Capítulo decimonoveno.
¡Hola, décimos! Aquí os dejo el capítulo decimonoveno. Espero que os guste tanto como a mi me ha gustado escribir una vez más para vosotros.
No me parecía tan raro desmayarme
después de que se convirtiese en algo cotidiano. Pero ésta vez no lo hice,
aunque deseaba hacerlo con todas mis fuerzas. Necesitaba que el pitido dejase
de retumbarme en los tímpanos, porque estaba confundida como nunca. Me dolía la
cabeza a rabiar y veía borroso. Entonces pensé en que, aunque no pudiera oír,
aún podía hablar. Entonces grité muy fuerte y el transportador frenó en seco.
El hombre se levantó y se arrodilló hasta ponerse a mi altura. Ya no estaba tan
enfadado como antes. De hecho, ya no parecía estar enfadado. En ese momento
estaba mostrando una cara de él totalmente diferente a la anterior. Y eso me
tranquilizaba. Él movió los labios y articuló unas cuatro palabras. El aliento
le olía a alcohol. Yo me limité a decir que no con la cabeza y a señalarme el
oído. Entonces se levantó y fue a la
mesa de controles. Volvió rápidamente con un papel y un bolígrafo, no sabía que
aún existiesen de esos. Pero en el instituto e enseñaron a escribir a mano, así
que no iba a tener ningún problema si lo que él pretendía era hablar conmigo a
través de la escritura. No me equivocaba. Puso la hoja sobre el suelo y empezó
a escribir. Yo no podía inclinar la cabeza para ver lo que escribía, así que me
limité a observarle más atentamente, ya que no había tenido tiempo de detenerme
a hacerlo. Tenía unos cuarenta años. Tenía el pelo blanco que, por lo que
estudié en el instituto, cuando una persona tiene el pelo blanco antes de los
cincuenta y tres años, es que tenía malos hábitos como beber o drogarse. Lo que
explicaba su mal aliento y sus ojos, rojos e hinchados. Pero verdes y bonitos
al mismo tiempo. Tenía la piel demasiado blanca, lo que indicaba que no solía
salir al aire libre. A saber lo que le hacía hacer Karelle. Pero aun teniendo
tantos indicadores de que era un alcohólico, su rostro tenía algo de atractivo.
En cuanto al cuerpo, era bastante musculoso, como todos los guardaespaldas.
Mediría unos 180 centímetros. Cuando terminó de escribir, me dio la hoja para
que yo leyese lo que él había escrito. “¿No oyes por culpa del pitido de mi
transportador? ¿Duele?” Seguidamente, me pasó el bolígrafo para que contestase:
“Sí, ha sido por eso. Y, sí, duele muchísimo”. Se lo pasé y volvió a escribir: “Vamos
a Skeyndor a arreglar esto. Y con esto me refiero también al guardaespaldas que
te has cargado. No tienes ni idea de lo que es capaz de hacer Skeyndor cuando
se enteren de que has matado al mayor guardaespaldas de Karelle”. Me dio la
hoja y, sin esperar a que contestase, se
fue de nuevo a la sala de mando. Ya por lo menos sabía hacia dónde íbamos: a mi
fin.
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