Buenos días, queridos lectores. Espero que hayáis tenido un genial 2014 e igual suceda con 2015. Es que, vaya, dos años sin publicar es mucho. Siento haber desaparecido del mapa, pero estos dos años me he dedicado a hacer otras cosas. Como ejemplo, el 4 de enero del 2014 abrí un nuevo blog, el cual pensé en publicar en este, pero no me preguntéis por qué no lo hice porque, sinceramente, no lo sé. He estado cultivando otro tipo de escritura como es la poesía, aunque ni de lejos ha tenido tanto éxito como este blog, llevo con él más de un año y no he llegado a las mil visitas. También me perdí, y he estado ocupada encontrándome. Pero no os aburro más.
Os preguntaréis, si es que hay alguien que aún me lee, cómo es que ahora, después de tanto tiempo, vuelvo a dar señales de vida. Pues he estado leyendo las entradas antiguas, y los comentarios, y no son pocas las sonrisas que me han sacado. Aunque no sea algo masivo, personas que no conocía de nada se tomaban la molestia de dejar su pequeña pero importante opinión bajo alguna que otra entrada. Y el grandísimo apoyo. Bueno, todo. Y lo cierto es que estoy dudando en retomar la historia de nuevo. O reescribirla (sinceramente creo que ahora, con dos años más, podré escribir mejor).
Y este mensaje no es más que para conocer vuestra opinión.
Dejad un comentario diciendo aunque sea un simple si/no, os lo agradeceré eternamente.
Nos vemos, quizás, en el próximo capítulo. Un beso, Paloma.
Mi otro blog:
www.cuandolaspalabrasgritan.blogspot.com
La décima prueba.
sábado, 14 de febrero de 2015
miércoles, 31 de julio de 2013
Capítulo decimonoveno.
¡Hola, décimos! Aquí os dejo el capítulo decimonoveno. Espero que os guste tanto como a mi me ha gustado escribir una vez más para vosotros.
No me parecía tan raro desmayarme
después de que se convirtiese en algo cotidiano. Pero ésta vez no lo hice,
aunque deseaba hacerlo con todas mis fuerzas. Necesitaba que el pitido dejase
de retumbarme en los tímpanos, porque estaba confundida como nunca. Me dolía la
cabeza a rabiar y veía borroso. Entonces pensé en que, aunque no pudiera oír,
aún podía hablar. Entonces grité muy fuerte y el transportador frenó en seco.
El hombre se levantó y se arrodilló hasta ponerse a mi altura. Ya no estaba tan
enfadado como antes. De hecho, ya no parecía estar enfadado. En ese momento
estaba mostrando una cara de él totalmente diferente a la anterior. Y eso me
tranquilizaba. Él movió los labios y articuló unas cuatro palabras. El aliento
le olía a alcohol. Yo me limité a decir que no con la cabeza y a señalarme el
oído. Entonces se levantó y fue a la
mesa de controles. Volvió rápidamente con un papel y un bolígrafo, no sabía que
aún existiesen de esos. Pero en el instituto e enseñaron a escribir a mano, así
que no iba a tener ningún problema si lo que él pretendía era hablar conmigo a
través de la escritura. No me equivocaba. Puso la hoja sobre el suelo y empezó
a escribir. Yo no podía inclinar la cabeza para ver lo que escribía, así que me
limité a observarle más atentamente, ya que no había tenido tiempo de detenerme
a hacerlo. Tenía unos cuarenta años. Tenía el pelo blanco que, por lo que
estudié en el instituto, cuando una persona tiene el pelo blanco antes de los
cincuenta y tres años, es que tenía malos hábitos como beber o drogarse. Lo que
explicaba su mal aliento y sus ojos, rojos e hinchados. Pero verdes y bonitos
al mismo tiempo. Tenía la piel demasiado blanca, lo que indicaba que no solía
salir al aire libre. A saber lo que le hacía hacer Karelle. Pero aun teniendo
tantos indicadores de que era un alcohólico, su rostro tenía algo de atractivo.
En cuanto al cuerpo, era bastante musculoso, como todos los guardaespaldas.
Mediría unos 180 centímetros. Cuando terminó de escribir, me dio la hoja para
que yo leyese lo que él había escrito. “¿No oyes por culpa del pitido de mi
transportador? ¿Duele?” Seguidamente, me pasó el bolígrafo para que contestase:
“Sí, ha sido por eso. Y, sí, duele muchísimo”. Se lo pasé y volvió a escribir: “Vamos
a Skeyndor a arreglar esto. Y con esto me refiero también al guardaespaldas que
te has cargado. No tienes ni idea de lo que es capaz de hacer Skeyndor cuando
se enteren de que has matado al mayor guardaespaldas de Karelle”. Me dio la
hoja y, sin esperar a que contestase, se
fue de nuevo a la sala de mando. Ya por lo menos sabía hacia dónde íbamos: a mi
fin.
Capítulo decimonoveno
miércoles, 24 de julio de 2013
Capítulo decimoctavo.
¡Hola! Aquí os dejo el capítulo decimoctavo. He intentado hacer un poco más largo, porque supongo que así os gustará más. Bueno, si queréis darme alguna sugerencia-ya sea que los haga más largos aún o más cortos-os lo agradecería muchísimo. Bueno, aquí el capítulo. Espero que os guste. Adiooos.
De pequeña, cuando mis padres se
fueron a vivir a Skeyndor, unos guardaespaldas les llevaron allí en unos
pequeños transportadores que emitían un sonido agudo hacia todo aquel que se
acercara sin permiso. El sonido penetraba de tal manera en los oídos que era
incluso capaz de dejar sordo a alguien para los restos. El mismo sonido era el
que estaba escuchando en ese preciso instante, mientras me agachaba con las
manos en los oídos, apretando tan fuerte como mis músculos me lo permitían, al
lado del cuerpo sin vida del guardaespaldas al que yo había matado
“accidentalmente”. Me decidí a buscar de dónde provenía el sonido para así
saber si había alguna manera de desactivarlo, porque me estaba haciendo daño de
verdad y tenía miedo de quedarme sorda y que Skeyndor no quisiera repararme el
sistema auditivo. Pronto lo supe, un transportador venía a más de doscientos
kilómetros por hora hacia mí y el guardaespaldas. En cuanto llegó, un hombre
equipado con el uniforme de guardaespaldas salió del coche y me miró. Me miró,
e intente exagerar mi dolor por el sonido para darle pena; y dio resultado. Él
acabó apagándolo a través del panel de estado del transportador. Entonces me
aparté las manos de los oídos y lo único que conseguí oír fue un intenso pitido
que, por supuesto, estaba causado por el sonido de hace tan sólo unos segundos.
El hombre me volvió a mirar, y después miró el cuerpo del guardaespaldas, y se
arrodilló ante él. Le acarició
deslizando su mano desde su pelo hasta la barriga, y después vi cómo una
lágrima descendía rápidamente de sus ojos. Mi culpabilidad iba aumentando al
compás del pitido de mis oídos. Seguidamente, se puso en pie y avanzó hacia mí
hasta estar a menos de un palmo de mi cara. Empezó a hablar. Bueno, seguramente
a gritar. Pero yo no oía nada. Sólo el pitido que ya me estaba dando dolor de
cabeza. Veía cómo sus labios se movían, y su cara se ponía más roja a cada
palabra que decía. Tan roja que amenazaba con explotar en cualquier momento.
Estaba enfadado, muy enfadado. Y triste.
Creí que en cualquier momento iba a saltar sobre mí y me iba a hacer lo mismo
que yo a su compañero. Pero no fue así. Simplemente, después de haberme dicho
seguramente todo tipo de gritos e
insultos (la verdad es que me alegraba de no haber oído nada), me tomó por el
brazo y me hizo entrar en el transportador. Me sentó en el suelo de la parte de
atrás junto a una especie de barra de metal y me ató con cuerdas, empezando por
los tobillos y terminando por el cuello, inmovilizándome por completo. Me dijo
algo que, supongo, debió ser una especie de sugerencia como “yo que tú no me
movería” o “como intentes soltarte te mato”. Se sentó frente a la mesa de
controles y el transportador empezó a andar hacia quién-sabe-dónde. Y ahora que
no tenía nada con lo que distraerme, sólo me quedó la opción de centrarme en el
sonido que llevaba acompañándome desde ya hacía un rato y que no cesaba; más
bien, parecía que aumentaba cada vez más. Me dolían los oídos y la cabeza.
Sinceramente, pensaba que me iba a desmayar en cualquier momento.
Capítulo decimoctavo.
miércoles, 17 de julio de 2013
Capítulo decimoséptimo.
Y aquí el capítulo decimoséptimo. Perdón por no haber publicado, he estado en un campamento, pero a partir de ahora intentaré publicar cada tres días. Espero que os guste. Seguidme en mi twitter, allí pondré el enlace y las notificaciones del blog más seguidamente: @tusojoshablan
Graciaaaaaaas.
Capítulo
decimoséptimo.
¿Qué haces ahí parada? ¡Levántate!
No puedes quedarte aquí quieta esperando a que unos leones te encuentren en
cualquier momento y te.... No quiero ni pensarlo. ¡Búscales! Deja de perseguir
esa silueta, porque sabes bien que lo ha puesto Skeyndor para distraerte. Así
que continúa, para otro lado, pero continúa. Ya.
Me levanto más decidida que nunca.
Empuño el cuchillo con más fuerza aún y comienzo a andar. Ando horas sin
encontrar nada, hasta que algo me agarra por detrás inmovilizándome. Pone sus
manos sobre mi cara, anulándome cualquier intento de ver, oír o pedir ayuda
sobre lo que está pasando. Pero no son garras, como yo esperaba. Son manos,
manos humanas. Entonces, por un impulso, me aferro al cuchillo y lo lanzo hacia
atrás por encima de mi cabeza. Entonces, quien me agarraba cae al suelo, y yo
con él por la cantidad de fuerza que estaba ejerciendo sobre mí. Me libero de
sus brazos y me levanto. Pero no me doy la vuelta, porque tengo miedo. Tengo
miedo a lo que pueda ver... Y a quién pueda ser. Pero no puedo quedarme aquí
parada. Así que me doy la vuelta y lo que veo es demasiado para mí. Un hombre,
de unos treinta años, muy musculoso y moreno, tirado en el suelo con mi
cuchillo clavado en la cabeza. La roja sangre rompe con el paisaje y se funde
con el blanco del hielo. Me acerco más y observo sus ojos. No es la primera vez
que veo unos ojos sin vida, pero éstos no son como los demás. Éstos ojos me
dicen que las intenciones que éste hombre tenía conmigo no eran buenas. Me
transmiten todo el dolor por el que ha pasado, y todas las cosas que ha
superado. Pero no es una buena persona. Aunque el color no está mal, mezcla
perfectamente el verde con el marrón, no tiene unos ojos bonitos. Le bajo los
párpados cuidadosamente. Una tarjeta cae del bolsillo de su pantalón:
Apellidos: Sephora Satín
Nombre: Hadell
Edad: 32
Ocupación: ayudante de Karelle.
Guardaespaldas.
Ahora lo recuerdo. Es uno de los
guardias que se había llevado al chico que era el hijo del secretario de Karelle, cuando
éste la insultó por haber matado a su padre.
La culpabilidad me invade en
cuestión de segundos. Aunque no se mereciese mi compasión, he acabado con la
vida de una persona. ¿Y ahora? Ahora, ¿qué me hará Skeyndor?
miércoles, 26 de junio de 2013
Capítulo decimosexto.
Bueno, esta vez no tengo ninguna notificación para vosotros. Sólo que gracias a los que habéis llegado a leer hasta aquí. Sois el motivo por el que sigo haciendo esto. Gracias. Capítulo decimosexto: un poco más corto. (este verano intentaré publicar cada dos días).
Capítulo decimosexto.
Giro la cabeza hacia la derecha…
Nada. A ver hacia la izquierda… No da resultado. Me doy la vuelta decidida y…
Tampoco. Estoy empezando a desesperarme. Llevo más de cuarenta y cinco minutos
dando vueltas sin sentido. Aquí no hay nada. Me estoy cansando. Me siento en el
congelado y gélido suelo, y espero. Espero a ver algo, una señal, algo que se
abalance de repente sobre mí… Un símbolo que me indique que no sólo estoy aquí
de adorno. Tengo muchísimo frío, me gustaría acabar con esto cuanto antes e
irme a casa. Tras unos cinco minutos de fría espera en el suelo, me parece ver
algo en el lejano horizonte. Así que me levanto de un salto y voy corriendo lo
más rápido que puedo hacia allí. Sigo viendo la misma silueta lejana, pero es
extraño… Por mucho que avanzo, ella parece estar igual de lejos. Pruebo a
correr aún más rápido, tan rápido que el viento sopla en mis oídos. Me gusta
esa sensación. Hace que parezca que vuelo, hace que desaparezca por completo la
impotencia que me invade. Me hace soñar con lo imposible. Porque yo soy capaz
de todo. Soy fuerte, más fuerte. Puedo lograr todo lo que me proponga, todo.
Sigo corriendo, pero la silueta
sigue estando tan lejos como antes. Estoy empezando a agotarme… Me tomaré un
descanso. Total, parece ser que la imagen no avanza. Sólo se queda lejos, para
fastidiarme. Por supuesto, porque es obra de Skeyndor. Todo lo es.
domingo, 9 de junio de 2013
Capítulo decimoquinto.
¡Hola! Aquí pongo el capítulo decimoquinto. Os notifico que haré una nueva pestaña llamada "pensamientos", para que también tengáis otras cosas que leer. En la misma pestaña pondré más detalles. En cuanto a los seguidores... ¡¡Ya sois nueve!! Estoy muy, muy contenta. Cada día somos más. También anuncio que ¡ya tenemos cuenta de twitter y de tuenti!
twitter: @ladecimaprueba
tuenti: Paloma Ladecima Prueba
Nada más, queridos décimos y décimas.
twitter: @ladecimaprueba
tuenti: Paloma Ladecima Prueba
Nada más, queridos décimos y décimas.
Capítulo decimoquinto.
Nos dan las armas junto con una
enorme chaqueta negra y el cinturón tras esperar una enorme fila, y llegamos a
la sala de entrenamiento. Me coloco, de nuevo, en posición de salida y cojo el
papel azul cielo. En la tercera facción de las que hay dibujadas en el mismo,
aparecen cinco leones. “Mátalos con el cuchillo de tu bolsillo. Suerte.” Pone bajo
la imagen. Meto la mano en el bolsillo hasta alcanzar una especie de funda de
plástico. En ella, hay un botón en el que pone: pulsar para desplegar. Aprieto
mi dedo índice contra él y, de inmediato, aparece ante mí una especie de
cuchillo tan largo como mi escuálido brazo pero a la vez tan fino como la hoja
de papel que aún sostengo en la mano.
Doy unos cuantos pasos hacia
delante hasta adentrarme en un lugar que no me encaja con lo que ponía en el
papel… Me encuentro a unos cuantos grados bajo cero, congelándome y en un
paisaje un tanto extraño: todo es hielo, pero no como en los polos sur y norte
artificiales de Skeyndor (los naturales de hace unos trescientos años acabaron
descongelándose por completo, según mi robot de Ciencias de la Historia Natural
del instituto) en los que hay relieves en el paisaje, sino que aquí todo es
liso, es como en las pistas de patinaje sobre hielo en las que solemos jugar en
invierno. Es todo un mar de hielo que se alarga kilómetros y kilómetros a la
redonda, pero está completamente desierto. No me cuadra que haya leones por aquí
cerca de los que tengo que matar. Pero sé que estarán y que, en cuanto menos me
lo espere, saltarán a atacarme. Porque así lo ha planeado Skeyndor. Tengo que
estar atenta y no bajar la guardia en ningún momento. Ahora entiendo para qué es
la chaqueta que me han dado. Estoy congelándome. Subo la cremallera hasta tapar
con la densa tela mi boca y la parte baja de la nariz. También me pongo el
gorro de plumas, y empiezo a andar con el cuchillo en la mano mirando a todas
partes nerviosamente, dispuesta a atacar en cualquier momento.
lunes, 3 de junio de 2013
Capítulo decimocuarto.
Lo siento muchísimo, no sabéis cuánto... Siento haber estado un mes sin publicar, pero he estado estudiando y muy liada con todo. Prometo que no volverá a pasar. Espero que no hayáis dejado de leer la historia de Christine Phoinix. Bueno, yo os dejo el capítulo decimocuarto. Espero que os guste:) Pd: me disculpo una vez más.
Capítulo decimocuarto.
Abro los ojos y me levanto de la cama sin rechistar, no
tengo más sueño. Abro la ventana del balcón. Veo todo Ristow, pero no está como
siempre. Grandes filas de millones y millones de personas andan a la par hacia
el horizonte. Me inclino sobre la barandilla del balcón y me pongo de rodillas
sobre él. Me acerco poco a poco hacia el borde hasta dejarme caer.
Lo último que veo antes de despertarme es el grisáceo suelo
a dos o tres milímetros de mí. Me doblo bruscamente hacia adelante. Estoy
sudando y tengo lágrimas en los ojos. Parecía tan real…
En cuanto me recupero, miro mi alrededor. Estoy en casa.
Alcanzo el despertador con la mano y veo la hora. Aún son las cuatro y cuarto
de la madrugada. Pero no quiero dormir más, tengo miedo de que vuelva a
aparecer el mismo sueño. Y no me gustaría ver la continuación.
Hago memoria. Estoy en la segunda fase del entrenamiento. En
cuanto termine todas las fases empezaré con la primera prueba que decidirá si
soy una de las dos personas que habitarán las cápsulas en el fin del mundo. Sé
que no voy a conseguirlo. Todos están muy raros últimamente, especialmente Tiya,
mi mejor amiga, y Marcus. Y, por supuesto, Kate, o como he decidido llamarla
yo, Kill.
Me quedo pensando boca arriba en la cama, luchando para no
dormirme. Hasta tengo que ir una vez a echarme agua fría en la cara. Pero de
nada sirve. Vuelvo a cerrar los ojos, pero esta vez no sueño nada. Sólo negro.
A la mañana siguiente, Kill me despierta. Sigo la rutina que
tengo desde hace pocos días y vamos al pabellón de entrenamiento. Hoy toca la
tercera fase. Siento algo extraño al entrar por la puerta y ver a toda esa
gente esperando para entrar en sus salas privadas. Se me revuelven las tripas.
¿Será miedo? No. Yo no tengo miedo. Yo afronto las situaciones. O a lo mejor…
Eso es lo que creo que hago. Quizás no me conozco a mí misma. Quizás me estoy
juzgando sin saber nada. ¿Soy realmente como creo que soy? ¿O soy alguien diferente
a quien yo creo ser?
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