Capítulo decimotercero.
La tensión me sube en cuanto veo las llamas aproximándose
hacia mi sitio. En lo más hondo del falso horizonte, el fuego arrasa con
absolutamente todo. Derriba árboles, mata animales… Es terrible. Menos mal que
elegí un buen árbol. Su tronco es demasiado grueso como para que el fuego lo
tire abajo. O, por lo menos, eso pienso yo. En cuanto las llamas me rodean, soy
consciente de que no hay vuelta atrás. He confiado en este árbol, y ya no puedo cambiarlo. Si se cae conmigo encima,
estaré perdida. Acabaré quemándome. Recuerdo que en el instituto un día nos hablaron
de las tres peores muertes y las que debíamos evitar: la primera, es por ahogamiento;
la segunda, quemándose; y la tercera, por tortura y dolor. Me encuentro
expuesta a la segunda peor muerte de todos los tiempos. Mi miedo crece por
momentos.
Me percato de que como siga pensando en lo que podría pasar,
voy a perder toda esperanza de sobrevivir. Mejor dejar mi mente en blanco.
Tras unos cinco minutos, empieza a hacer demasiado calor. Me
deshago de mi chaqueta dejando al descubierto mis pálidos y delgados brazos, y
me remango los pantalones hasta la altura de la rodilla.
-Queda una hora-dice uno de los altavoces.
Bueno, he sobrevivido los primeros sesenta minutos. Me falta
sobrevivir otros sesenta.
Tengo sed. Cojo la botella de agua de mi cinturón. Bebo un
poco, y me refresca tanto que me hecho por todo el cuerpo. Mucho mejor, pero me
queda poca agua. No importa, me bastará para los próximos cuarenta minutos que
quedan.
Pasan otros diez minutos, y el calor empieza a afectarme. La
cabeza me va a explotar. Miro hacia abajo, y la altura parece cinco veces
mayor. Me da la sensación de que me voy a caer en cualquier momento. Me toco la
frente, y está ardiendo. Tengo toda la piel mojada a causa del sudor. Mi boca
está demasiado seca. Vuelvo a beber agua. Cuando voy a volver a colocar la
botella en el cinturón, empiezo a marearme y, sin darme cuenta, abro la mano y
dejo caer la botella. Me he quedado sin agua. Pero el mareo crece. Me duele el
estómago y estoy agotada. Siento como si no tuviera fuerzas. Pero, ¿cómo puede
ser? Si lo único que he hecho ha sido estar sentada. Será uno de los síntomas
del calor excesivo. La cabeza me duele demasiado. Empiezo a cerrar los ojos.
Voy a desmayarme. Pero ¡no! No voy a perder. Utilizo todas las fuerzas que me
quedan para mantenerme despierta. Me incorporo y me pongo de rodillas. Pero no
sirve de nada. Empiezo a ver borroso. Me cojo el brazo y le clavo las uñas tan
fuerte como puedo. No puedo evitar soltar un leve grito, pero vuelvo a ver como
antes. No podré aguantar mucho más.
-Quedan diez segundos. Nueve, ocho, siete…
Otra vez empiezo a ver borroso.
-Seis, cinco…
Mis párpados empiezan a cerrarse.
-Cuatro, tres, dos…
¡Aguanta! Me clavo aún más fuerte las uñas.
-Uno. Felicidades, Christine. Has sobrevivido.
En ese mismo instante, el fuego desaparece.