jueves, 28 de marzo de 2013

Capítulo séptimo.

Aquí os pongo el séptimo capítulo. Este es más largo. Espero que os guste.



Capítulo séptimo.

En el papel azul cielo que acababa de coger del suelo, se veía el mapa del circuito en miniatura. Parece más pequeño por fuera, pero por dentro es impresionante. Hay de todo. Son siete secciones (seguramente una para cada día) la primera sección es la única que se ve. Es un mar. Todo está lleno de agua. ¿Se supone que ahí tengo que sobrevivir con las pocas cosas que me han dado? Debajo de la imagen, pone: sobrevive nueve horas. No hay animales acuáticos peligrosos, sólo peces grandes y pequeños que tendrás que cazar si quieres comer. Buena suerte.
Me guardo el papel en el bolsillo, y mi pesado chándal se convierte en un traje de baño muy peculiar plateado. Me aprieta tanto que casi no me llega el aire a los pulmones. Espero que deje de apretarme cuando me meta en el agua.
Oh, no. No me acordaba… No sé nadar. Nadie me ha enseñado a hacerlo. “Mejor morir ahogada a que te mate Skeyndor, Christine. Tienes que hacerlo.” Pienso. Me siento en el bordillo de piedra que rodea, formando un círculo, a todo el mar. Tendrá más o menos un kilómetro y medio de diámetro. Se nota que es la primera sección, ya que no me lo han puesto muy difícil. La mar está tranquila, y no hay animales peligrosos. El agua tampoco está muy fría. Sería fácil… Si supiera nadar. Cojo todo el aire que puedo, y me sumerjo en el agua. El contraste entre el ruido y calor que hacía fuera y el silencio pétreo y el frío que hace aquí dentro es inmenso. Nunca me había sumergido por completo en ningún tipo de agua.
Se acabó el pensar, Christine. Tienes que intentar llegar a la superficie de nuevo.
Muevo los brazos y las piernas, intentando coordinarlas como puedo. Pero no sirve de nada, me hundo cada vez más. Me quedo sin aire… Pero, de repente, toco el suelo de arena fina y blanca. Me impulso con todas mis fuerzas hacia arriba, con ayuda de mis delgadas piernas, y, por fin, aire. Consigo respirar. Pero vuelvo a empezar a hundirme. Me concentro únicamente en cómo llegar a la superficie. Muevo los brazos de arriba abajo, y empiezo a subir. Ya no me hundo. Pero sigo sumergida. Muevo las piernas coordinadamente, de adelante a atrás, y empiezo a emerger más rápido. Hasta que llego a la superficie. Y ya no me vuelvo a hundir, he aprendido a nadar. Me lleno los pulmones de oxígeno. Ahora aprecio más el poder respirar cada día. Era muy agobiante estar ahí abajo, sola, sin ayuda alguna y sin poder respirar. Si esto es sólo el entrenamiento, no me imagino las pruebas.
El agua empieza a cambiar, de repente. La marea empieza a revolverse. Todo empieza a temblar y, al fondo, veo lo que es realmente el objetivo de esta sección del entrenamiento: sobrevivir a un tsunami.

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